Lo mejor de FRANCIA

Una forma nueva de mirar

A la cabeza de los destinos turísticos más codiciados, Francia mantiene desde hace mucho tiempo una aureola de modernidad y bohemia que encarna especialmente París.

Los atractivos de Francia son una opción prioritaria para millones de viajeros, hasta el punto de que este país constituye el primer destino turístico mundial desde hace décadas.

Francia es luz y arte, y se atreve a combinar sin tapujos modernidad y cultura. Se llegue por donde se llegue, el visitante queda deslumbrado ante la belleza y riqueza que desprende su patrimonio paisajístico, cultural e histórico.

Pero si hay algo que el país galo rezuma por los cuatro costados y se percibe intensamente en las calles de la capital es la atmósfera artística que impregna la "Ciudad de la luz". Desde que en 1789 la primera revolución del viejo mundo sacudió los cimientos del antiguo régimen, París se situó en la vanguardia del cambio. A lo largo del siglo XIX la capital se convirtió en un reclamo para los artistas y pensadores que acudían para participar en el nacimiento de las nuevas ideas.

Montaña Sainte-Victoire, 1885. Paul Cézanne.

Montaña Sainte-Victoire, 1885. Paul Cézanne, instalado en la Provenza, llegó a pintar esta montaña 87 veces. sus cuadros, cerebrales e impulsivos, iniciaron la peregrinación de Van Gogh, Gauguin, Matisse, Braque, Picasso y otros grandes artistas al sur de Francia.

La transformación aconteció deprisa. En 1784 Jacques-Louis-David pintó El juramento de los Horacios, obra paradigmática de la pintura neoclásica en la que se anteponía el deber patriótico a los sentimientos personales. Un lustro después estallaba la revolución. El romanticismo invadió las paletas de los artistas, junto a la conciencia social y política, y el resultado fueron cuadros muy distintos, como La balsa de la medusa, de Géricault, la Libertad guiando al pueblo, de Delacroix.

Montaña Sainte-Victoire, 1885. Paul Cézanne.

Estación de Saint-Lazare, 1877. Tras pasar una temporada en el campo, Monet se instaló en París interesado por el progreso urbano. Con una serie de doce lienzos reflejó cómo cambiaba la estación ferroviaria en función de la hora o la luz.

LA LUZ DE CADA INSTANTE

Si viajar a Italia permitía admirar el arte clásico y las joyas del Renacimiento, Francia encarnaba la transgresión, la mirada nueva y libre. Manet, Pissarro y Monet, inaugurando el impresionismo pictórico, tiñeron los cafés de París con su aura fresca y regreneradora. De repente el interés se volcó hacia la luz y su tratamiento sobre el lienzo, a la plasmación de esa sensación efímera que causa la experiencia de una visión momentánea, como en el Desayuno sobre hierba de Manet o en Impresión, sol naciente de Monet, a quien el puerto normando de El Havre serviría de inspiración para una obra única.

La modernización llegó con la Exposición Universal de 1889 y su máximo símbolo, la Torre Eiffel, el monumento más visitado del planeta. París abrió así los nuevo horizontes del siglo XX.

Desde ese momento el arte pictórico experimentó uno de sus periodos más prolíficos y su centro neurálgico quedó asentado en Francia. Van Gogh, Cézanne y Gauguin, yendo más allá del impresionismo, transformaron la historia del arte, cada uno con su particular visión, pero todos dejando su huella en suelo francés. Gauguin exprimió París y la Bretaña para luego partir a buscar la esencia de las cosas a Tahití. Cézanne se estableció en París mientras estudiaba y retornó a su Provenza natal, de donde sus cuadros nunca se habían marchado. El sur y los evocadores tonos que la luz imprimía en sus campos floreados fueron refugio e inspiración para Van Gogh quien también pasó una temporada creativa en París. Precisamente era en la capital donde las nuevas tendencias se extendían más rápido. En ese ambiente urbano, oscuro, cambiante, a veces sucio y caótico pero siempre sugestivo, Toulouse-Lautrec halló su lugar y su pintura el espejo desde mirarse.

La fuerza gravitatoria de París creció gracias a innovaciones como el ferrocarril, cuya llegada a una estación inmortalizaron los hermanos Lumière con un invento que cambiaría la visión de la realidad para siempre: la cámara cinematográfica.

Todo ello brindó el último peldaño hacia el clímax de las vanguardias. Los caminos estaban abiertos, bastaba transitarlos. ¿Y que´mejor lugar que las bohemias calles del París de principios de siglo XX?

Cualquier forma de representar la realidad era válida y así aparecieron los movimientos de vanguardia que también influyeron en la moda y las artes decorativas Los pintores acudían desde otros países para afincarse en París y frecuentar sus noches frías y húmedas, callejear de bar en bar por los barrios de Montmartre y Montparnasse intercambiando impresiones con Picasso y Matisse sobre cubismo y fauvismo, con Munch sobre e expresionismo y con Duchamp sobre la nueva concepción que revolucionará el mundo del arte, con Modigliani sobre sus ondulantes retratos o con Dalí sobre el surrealismo .

Terraza de café por la noche, 1880. Van Gogh.

Terraza de café por la noche, 1880. El protagonismo del color y los contratos delatan el pincel de Van Gogh en esta imagen de Arlés. El sosiego de sus calles es uno de los atrativos de los pueblos provenzales en las noches veraniegas.

EJEMPLO DE DIVERSIDAD

Ese poso secular sigue flotando en la ciudad. Por un instante resulta sencillo respirar ese clima de bohemia despreocupada que mantienen vivo los pintores afincados en la capital del Sena. Pero Francia no empiea ni acaba en París, aunque esa sea su mayor ventana al mundo. Su vasto terrotorio deviene un gran mosaico de regiones y ciudades, cada una con un marcado carácter y notables contrastes paisajísticos y culturales. Esta obra presenta un ramillete de ellas. No resulta fácil elegir un destino ante tanta diversidad, bajo la que se subyace, sin embargo, una sutil unidad De algún modo es lo que parecía expresar De Gaulle con su peculiar ingenio: "¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 300 tipos de quesos diferentes?". ¡Bienvenidos a Francia!